El lema que simboliza la permanencia de la monarquía hereditaria (le Roi est mort, vive le roi! / ¡el Rey ha muerto, viva el Rey!) no parece el que sea el más indicado para presidir la sucesión en el liderazgo de un partido político de hoy. A aquel interés de las antiguas dinastías reinantes de no dar lugar a dudas sobre su continuidad en periodos de interregno, de asegurar los vínculos de fidelidad y vasallaje al nuevo rey tras la muerte del anterior, no podemos asimilarle, ni debemos hacerlo, la proclamación del nuevo líder político de una formación con afiliados y simpatizantes que los son voluntariamente, con estatutos aprobados democráticamente por esos afiliados en asamblea y, sobre todo, con voluntad de conducirse ese cuerpo social bajo criterios de coherencia, razonabilidad y eficacia en sus objetivos.

Ya ha habido quien, con la dimisión de Albert Rivera al frente de Ciudadano tras la durísima noche electoral, ha corrido a proclamar la coronación de un nuevo líder, en este caso lideresa, en la figura de Inés Arrimadas. Yo soy el primero que la tengo como la nueva jefa, y dejo dicho ya que mi opción para liderar Ciudadanos es ella tras la marcha y asunción de responsabilidades al máximo nivel por Rivera, gesto que le honra y que debiera valorarse no ya solo por lo extraño que resulta en nuestro entorno político este tipo de hechos cuando vienen mal dadas, sino por lo que supone de liberar de lastre, real y psicológico, a un partido que él mismo, principalmente, creó y ha llevado a sus más altas cotas de éxito.

Pero también hay quienes, apostando por Arrimadas o no, reclaman celeridad y urgencia en cerrar esa sucesión refiriendo un temor enorme a que este periodo transitorio nos lleve a problemas mayores, problemas mayores que solo pueden ser ya los propios de una desaparición. Sinceramente, pues no.

Los estatutos de funcionamiento de Ciudadanos señalan claramente que la asamblea general, órgano de máxima representación de los afiliados y, por ello, su órgano supremo de gobierno, no se reunirá ni de manera ordinaria ni extraordinaria en los cuatro meses anteriores o posteriores a un proceso electoral. Y el por qué de estos plazos es evidente: el tiempo impone una reflexión serena, y una reflexión serena exige tiempo, ante y tras procesos electorales en los que el éxito, o el desastre, como ha sucedido en esta última ocasión, son evidentes. Las prisas para los cambios no son buenas, máxime cuando, tras una caída electoral como la sufrida el 10N, la integridad, pero también la posible revisión del proyecto, de su envoltorio, y de las caras que han de encarnarlo, han de someterse a análisis tranquilo y desapasionado.

Estemos atentos a los cantos de sirena que nos vienen de determinados medios de comunicación anunciando el fin de Ciudadanos por el periodo de provisionalidad que se nos avecina: son los mismos que han trabajado desde otros intereses para propiciar el batacazo que, indiscutiblemente, hemos sufrido. No crean por ello que ese aviso es benevolente, sino todo lo contrario. Y quien tenga dudas serias, en esencia, sobre el proyecto mismo, ahí tiene la puerta, por la que se entró, pero por la que se puede salir en cualquier momento. Las huidas a otros partidos, a derecha o a izquierda, son legítimas, pero señalarán a quienes abandonen el barco para hacer transbordos, y recuerden que Roma no paga traidores …

Un proyecto como el de Ciudadanos, en el que muchos seguimos y seguiremos, no acaba con la dimisión de un líder como Rivera asumiendo la responsabilidad de los malos resultados, pero sí puede terminar trastabillado en una loca carrera por acelerar procesos que requieren de tiempo, y con ello, de participación de los afiliados, de constitución de foros y medios de debate internos debidamente regulados por los estatutos que nos dimos todos, sin prisa pero sin pausa. Nosotros no somos una banda, somos un partido político que sabe lo que es, de dónde viene y a dónde quiere ir, que tiene un proyecto político para todos los españoles que en este momento entra en su fase de trascender a personas para hacer historia, y donde las primeras, aun con su máxima relevancia en cada momento, son instrumentos de una idea: libertad e igualdad para un futuro común mejor. Si no lo logramos, será por la incapacidad de quienes trabajamos por ello, no por el proyecto mismo.

Dejemos que la norma cumpla su función y que hoy Ciudadanos trabaje desde sus representaciones institucionales en ayuntamientos y parlamentos autonómicos y desde los gobiernos de esos ámbitos territoriales. Permitamos que el grupo parlamentario empiece a trabajar en Congreso y Senado y que nuestros representantes en Europa sigan defendiendo nuestro proyecto más allá de nuestras fronteras. Tendremos tiempo, todos los afiliados, de pensar, debatir y decidir. Y entonces, sí: ¡el Rey ha muerto, viva el Rey! O la Reina ….